Los huevos Fabergé, como se los conoce mundialmente, son
piezas de orfebrería creadas por el joyero Peter Carl Fabergé, para los zares de
Rusia, con ocasión de las Pascuas.
La casa Fabergé cimentó su fama durante los reinados del Zar
Alejandro III (1881-1894) y su sucesor Nicolás II (1894-1917) mediante la
creación de objetos extraordinarios realizados especialmente para sus patrones
imperiales.
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Las piezas acuñadas por el maestro ruso, no sólo se
caracterizan por la ingenuidad de sus diseños y la finísima calidad de su
manufactura, sino también por lo ingenioso de la combinación de los distintos materiales para lograr texturas, mezclas y efectos
inimaginables: dorados en diversas tonalidades, esmaltados brillantes, plata en
sus más disímiles formas y piedras preciosas y semipreciosas, forman parte de
la extensa gama de ingredientes en la fórmula de sus obras.
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Fabergé mantenía su
fabricación en el más estricto secreto, ocultando los detalles incluso a sus
patrones, para hacer mas deseable y apreciable su sorpresa, dándole la
connotación de objetos encantados, los cuales una vez abiertos por su
destinatario, podían contener algo relacionado a sus afectos: un palacio del tamaño de un dedal, pequeños
portarretratos, carrozas o minúsculos trenes.
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Y su magia surtió efecto, ya que esas pequeñas maravillas fueron las predilectas de las emperatrices Mariya y Alexandra, a quienes el maestro orfebre obsequio sus formidables presentes entre 1885 y 1916.
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Pero casi tres décadas de esperados regalos de Pascua se
vieron interrumpidos (así como el propio quehacer de Fabergé en San Petersburgo)
con el derrocamiento del zar.
Y no fue sino hasta después de la muerte de Fabergé en 1920,
que los primorosos objetos captaron la atención de los coleccionistas.
A partir de 1987, con los inicios de la crisis del poder
soviético, comenzaron a verse con mayor frecuencia en museos y casas
subastadoras.
Se cree que el taller del joyero ruso fabricó al menos 50
huevos de Pascua para los zares, pero en la actualidad se cuentan 40 –de un
valor estimado entre 3 y 5 millones de dólares por pieza -, dispersos por el
mundo en museos y coleccionistas privados.
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Afortunadamente podemos entonces todavía disfrutar de
algunas de esas piezas y rendirle nuestra admiración a Fabergé, que, como buen
artista, supo concentrar el universo en cada una de las piezas que creo.
Y podemos, mediante el uso de técnicas que ya les iré mostrando, recrear de alguna forma estas maravillas.
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